"Deberías plantearte entrar en otro género"; "No
leo de esas cosas raras"; "Con todo lo que hay que contar del mundo
real y tú vas y te inventas otro"; "Ya estás mayorcita para jugar a
escribir sobre dragones y hadas. Pon los pies en la tierra".
No habéis entendido nada. Muchas veces, no queréis ni intentarlo.
Nada que inventemos expresa otra cosa que la realidad.
La fantasía es mucho más que puro entretenimiento. La fantasía es una inmensa alegoría del mundo, el reflejo distorsionado de la realidad para alcanzar un conocimiento mayor de aquellas cosas que no somos capaces de ver con claridad porque están veladas por nuestros prejuicios o nuestra indiferencia.
La fantasía es capaz de echar por tierra todo lo que sabemos, para volver a aprender. Lava los ojos y revuelve la mente obligándonos a reclasificar todo. Mezcla, retuerce, sacude lo que creemos saber. Cambia el foco, desvía nuestra atención de lo urgente para centrarla en lo que es importante aunque nos pase desapercibido.
La fantasía es una herramienta inigualable para romper la baraja, para desandar el camino, para bajarnos del burro. Ningún otro género tiene una capacidad comparable para descartar nuestros manidos prejuicios y miedos, para arrancar de raíz lo que aprendimos sin siquiera cuestionarlo.
La fantasía no es una huída del mundo real, es un acercamiento desde otro ángulo, uno que nos permite una perspectiva desligada de nuestras cadenas ficticias de impotencia y derrota ante aquello que nos dijeron que no podemos hacer, pensar o decir.
La fantasía, la buena fantasía, es un cubo de agua helada que despierta nuestra curiosidad para revisar el mundo y la relación que tenemos con él. Nos hace cuestionarnos, a nosotros mismos, a los demás, a lo que nos rodea. Nos habla de ética, de sentimientos, de política, de superación, de filosofía. Es un revulsivo moral que no va dirigido a los demás, sino a nosotros mismos.
La fantasía es un espejo de feria que, bien diseñado, resalta virtudes y defectos, esos que en los espejos normales no podemos ver, no sabemos ver, porque son tan pequeños… Pero están ahí, y merecen una atención que no les damos si nadie nos los muestra de otro modo.
La fantasía no conoce de limitaciones sociales, no entiende de verdades y mentiras, todo lo revisa, todo lo pone en duda para que quien la disfrute pueda encontrar sus verdades en ella sin que nada ni nadie pueda elegirlas por él.
La fantasía es, para los autores, un medio de arrancar al lector de la banal rutina, de la indiferencia que provocan las maldades reiteradas, de darle una bofetada y centrarle en lo que tiene valor, hacer que reevalúe sus prioridades y revise sus principios. Deshacemos un mundo para reconstruirlo de un modo que haga visible lo que no vemos, creíble lo que falazmente nos inculcan que no lo es. Pero ese mundo ficticio está construido con lo mismo que el mundo real, está hecho de emociones, personas, relaciones, deseos, decisiones, necesidades... Está hecho de realidad.