viernes, 18 de enero de 2013

Ilustraciones: Los dioses




El carro continuó adelante hasta la construcción de piedra. La puerta del muro se abría en un arco de medio punto con marcadas dovelas, compuesto de tres arquivoltas. Estaba guardada por cinco soldados a pie a cada lado que dominaban, dado las armas que llevaban, dos o más especialidades.
 
Pasaron a través de la puerta, sintiéndose sobrecogidos. El sonido de los cascos del caballo resonó contra los muros y la entrada dio paso abruptamente al patio de armas, una extensión descubierta de suelo empedrado, rodeada de puertas que daban a las armerías, las capillas, las estancias de los oficiales y varias salas destinadas a albergar diversas actividades. Había cinco carros de reclutamiento más, y cuatro muchachas y tres jóvenes estaban contemplando los muros esculpidos con figuras que narraban la historia del reino en la pared izquierda, mientras que la de la derecha reflejaba lo que era la vida en el campamento. El muro que quedaba de frente estaba parcialmente tapado por un altar de piedra blanca veteada en verde y morado, de superficie lisa y reflectante que en un día de sol como aquel obligaba a entornar los ojos. Tras el altar, el muro frontal estaba decorado con el dios de la vida y el dios de la muerte. El primero desnudo, gritando, con los brazos a medio alzar y la boca abierta hacia el cielo. El segundo calmado y meditabundo, con los ojos cerrados y la cabeza gacha, cubierto por una túnica larga. La luz del sol y la naturaleza acompañaban al dios de la vida; en las estrellas de la noche y el mar sosegado era donde habitaba el dios de la muerte. Ambos igual de temidos y venerados, dicotomía desgarrada en las dos caras de una misma moneda.


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