Imanae se inclinó y empujó un poco más, haciendo resbalar la
espalda del Someti por la barandilla, quien dobló las piernas para ganar
estabilidad sosteniéndose por las corvas de las rodillas.
–¡No podéis matarme sin justificación! ¡No es digno de un
Salvino! –dijo Truton entonces, sintiendo que el enojo le hacía enrojecer casi
tanto como el tener la cabeza más baja que el cuerpo o la presión que ejercían
los dedos atenazados en su cuello, la cual volvía su voz ronca.
–Qué sabrás tú del honor de los Salvino, ni de ningún otro
honor.
–¡Más que vos, al parecer! –estalló Truton.
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