–Ah, el nuevo señor de la casa Salvino… Un placer conoceros –saludó,
intentando ver más allá de su talante para descubrir qué tenía que esperar de
él–. Bueno, joven señor, yo siempre sé cosas. Una persona puede estar
verdaderamente desesperada por conseguir una medicina para su hijo enfermo, y
puede decir muchas cosas que no debería decir, incluso aquellas por las que ha
recibido un pago si silenciaba.
–¿Hablas del posadero?
–Hablo de él, y de otros. ¿Me permitís? Voy a servirme un
poco de vino –Sacó un vaso de entre sus propio ropajes y cogió la jarra del
centro de la mesa. Se sirvió y volvió a dejarla.
El resto tuvo que reprimir el impulso de alejar los propios
vasos de sí. Ya nadie bebería de ese vino que Truton había tocado. La familia
Someti era conocida por su arte con los perfumes, las hierbas medicinales… y
los venenos.
–Decía que sospecho que nadie se ha presentado voluntario
para llevar a cabo la parte más desagradable del plan –continuó, impasible ante
la animadversión que despertaba–. Pues bien, yo me ofrezco.
–¿Tú? –bufó de risa Corvo.
–¿Y qué interés tienes tú en todo esto? –la voz de Raco,
quien hasta entonces había permanecido en silencio, sonó como un dardo
envenenado dirigido a Truton. Parecía más bien querer preguntar: “¿Qué interés
tenías en asesinar a mi hijo menor?”
–Sí, la familia real no se ligará por matrimonio a la tuya –apuntó
Catto.
–Ah, no, eso es verdad pero… No es por ese tipo de vil
interés por el que estamos aquí reunidos. ¿No es cierto? –Las palabras de
Truton eran punzantes, una acusación en sí, especialmente molesta dado que la
mayoría de los aludidos se sabían culpables–. No, se trata de hacer lo que sea
mejor para el reino.
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