–¿Por qué lo has hecho, Tamlor? ¡Por qué! –y se abalanzó
sobre él.
Sin mayor problema, el rebelde recibió su embestida
contrarrestándola con un golpe de su brazo. Maltés sintió como si se hubiese
estampado contra una pared de piedra. Sacudió la cabeza y notó la sangre caer
por su nariz, pero volvió a levantarse para arremeter de nuevo. Esta vez el
hombre le golpeó con el puño en la cabeza desde arriba.
Maltés cayó al suelo como fulminado, perdiendo totalmente el
sentido del equilibrio y casi la consciencia. Solo el sonido de la lluvia
acompañaba su dolor. Tambaleante y totalmente ofuscado por esa nueva y
arrasadora emoción, volvió a levantarse, pero entonces sintió que alguien le
cogía por los hombros.
–¿Qué diablos haces, Tamlor? Es solo un niño, animal –oyó
que decía Seya.
<<Solo un niño>>. Las palabras resonaron en su
mente como una condena. La vergüenza y la frustración se añadieron al
amalgama de sentimientos que le recorrían, aumentando su ansiedad.
–¡No! –gritó, revolviéndose para tratar de zafarse.
Tenía que alcanzar a Tamlor, tenía que hacerle
pagar por lo que había hecho, porque si no… si no sería su cómplice, si no
significaría que no le importaba y que era tan culpable como él, y eso no podía
aceptarlo, no podía.
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